A pesar de su tremenda envergadura, en los galeones y navíos españoles que durante siglos surcaron los mares del mundo, no había apenas sitio para los embarcados. Los marinos que manejaban los cañones que protegían estas naves de flotas enemigas o piratas comían y dormían entre las piezas de artillería, colgados de hamacas o coyes que equilibraban el balanceo del barco. Leer más…
En caso de combate, los palanquines y bragueros permitían mover las cureñas hacia adelante para que asomasen sus bocas por las portas y evitar que los artilleros terminasen aplastados por el retroceso. Cómo se vivía y se moría en aquellos barcos puede ser revivido en el Museo de las Reales Atarazanas (MAR), en Santo Domingo (República Dominicana), inaugurado el pasado día 12 por el presidente de país, Danilo Medina.
El arqueólogo subacuático español Carlos León y los expertos dominicanos Francis Soto e Isabel Brito escrutaron más de 50.000 objetos para elegir los 1.200 seleccionados para el museo. “Es uno de los pocos dedicados a los naufragios. La colección expuesta comienza con los restos de dos piezas artilleras de la flota de Ovando y una selección de joyas, monedas, cerámicas y pesos hallados en un naufragio español en Punta Cana, también del siglo XVI.
Continúa con una muestra espectacular de objetos del galeón Nuestra Señora de la Limpia y Pura Concepción compuesto por joyas, piedras preciosas o cerámica Ming”, explica León.
Nicolás de Ovando llegó el 15 de abril de 1502, con 32 naves y 2.500 personas, a Santo Domingo para sustituir en el gobierno a Francisco de Bobadilla, que a su vez le había quitado el mando a Colón. Tras ser destituido, Bobadilla decidió volver a Castilla, aunque Colón se lo desaconsejó. Había aprendido ya la cadencia de los huracanes. El exgobernador no le creyó y se lanzó a la mar con 12 naves. Solo sobrevivieron tres y él murió ahogado. Ahora, en el MAR se pueden ver los falconetes y lombardas de este fallido regreso, las piezas más antiguas.