Bisnieta de la reina Victoria, princesa griega, enfermera de guerra, exiliada, sorda de nacimiento, esquizofrénica, paciente de Sigmund Freud, heroína del Holocausto, monja.
Resulta difícil de creer, pero todo eso fue Alicia de Battenberg, quien también dio a luz a Felipe de Edimburgo, el joven que se terminó casando con la reina Isabel II del Reino Unido.
Primeros años y vida en Windsor
Nació como una acomodada integrante de la realeza británica, en el Castillo de Windsor (en cuyos terrenos hoy viven Meghan Markle y el príncipe Harry). Fue bisnieta de la reina Victoria y se crió entre el Reino Unido, el Imperio Alemán y otros países del Mediterráneo.
Su familia (los Battenberg) era de sangre alemana, e incluso estuvo ligada a la Alemania de Hitler -tres de sus cuatro hijas se casaron con importantes jerarcas nazis.
Nació sorda, y según fuentes de la época, aprendió desde muy pequeña a leer los labios en tres idiomas diferentes. Además de su evidente inteligencia, desde chica demostró devoción por el trabajo social y un tremendo sentido del deber.
Grecia, su patria adoptiva
Alicia de Battenberg se casó a los 18 años, con el príncipe Andrés de Grecia, y desde ese momento se mudó al palacio real de ese país, el que adoptó como propio. Allí fue testigo de las mayores alegrías (en Grecia vio nacer a sus cinco hijos) y de las peores desgracias.
Cuando estalló la guerra de los Balcanes, entre griegos y turcos, Alicia se instaló en el frente de batalla y se dedicó a -literalmente- salvar vidas. «Brazos, piernas y cabezas destrozadas. Cambiar vendajes que llegaban hasta las rodillas, en un corredor lleno de sangre», describió tiempo después en una carta dirigida a su madre.
Con el advenimiento de la derrota griega, el cada vez más popular movimiento antimonárquico encontró en el príncipe Andrés un perfecto chivo expiatorio. Su familia se vio obligada a exiliarse cuando ya estaba dada la orden para su ejecución.
Exilio
En ese contexto nació Felipe, el quinto hijo del matrimonio y único varón. En París, intentaron llevar adelante su vida y la crianza de sus hijos en paz. Pero tanto Andrés como Alicia estaban afectados por los acontecimientos vividos.
Ella se convirtió al cristianismo ortodoxo y se volvió excesivamente religiosa de la noche a la mañana. En un punto, era tal el nivel de superstición que empezó a relatar episodios delirantes a quienes la rodeaban. Llegó a afirmar que mantenía conversaciones eróticas con Jesucristo. Alicia sufría de esquizofrenia, y fue enviada a un asilo en Suiza para su tratamiento.
Allí la atendió un equipo médico integrado nada más y nada menos que por el famoso psicoanalista Sigmund Freud. El diagnóstico del austriaco fue: «locura ocasionada por un romance que dejó pasar en su vida temprana». Y la solución abordada por los terapeutas fue bombardear sus ovarios con rayos X para acelerar la menopausia.