El increíble listado de enfermedades que Cristóbal Colón trajo a América

Pocas semanas antes de que Hernán Cortés tomara el control de la capital del Imperio azteca, Tenochtitlán (hoy Ciudad de México), sus tropas estaban al borde de la derrota, exhaustas y desmoralizadas. Corría 1521 y los aztecas habían repelido una y otra vez sus ofensivas.

Los hombres de Cortés esperaban temerosos aquel ataque. Sin embargo, este nunca se produjo. Cuando consiguieron recuperar fuerzas, asaltaron la ciudad y, para su sorpresa, no hallaron resistencia.

El panorama era desolador. Miles de cadáveres aparecían desperdigados y el aire estaba impregnado de un olor nauseabundo, una mezcolanza de muerte y putrefacción; el hedor que seguiría a los conquistadores españoles por toda América.

Aquel ejército invisible que arrasó Tenochtitlán no era otro que la viruela, una enfermedad conocida en Europa, pero extraña para los indígenas. Todos sus esfuerzos en la lucha contra aquel mal resultaron vanos, pues su cuerpo carecía de las defensas necesarias para combatirlo. Los nativos eran así una presa fácil para los conquistadores.

La pesadilla de los habitantes del Nuevo Mundo había arrancado con la llegada de los primeros exploradores, portadores no solo de la viruela, sino también de otros gérmenes. Al entrar en contacto con ellos, se habían contagiado y luego habían extendido el mal entre los suyos. Una historia que se repitió por todo el continente.

En pocas décadas, los insólitos gérmenes casi erradicaron poblaciones enteras, azotadas sin descanso por oleadas de epidemias de viruela, gripe, sarampión y tifus. Las tropas invasoras encontraban el camino libre.

Los conquistadores no tardaron en percatarse de la correlación entre estas enfermedades y la enorme mortandad entre la población amerindia, por lo que decidieron jugar esta carta a su favor. Crónicas de la época relatan que Francisco Pizarro enviaba por delante de sus hombres a esclavos y soldados portando lanzas con lienzos impregnados de secreciones de enfermos de viruela.

También cuentan que, al levantar un campamento, los invasores abandonaban prendas de enfermos de viruela o las regalaban a los indígenas. La técnica de diseminar enfermedades entre la población les aseguraba la victoria.

Cambios drásticos

Las consecuencias de las pandemias reforzaban la vieja convicción cristiana de que era designio divino expandirse y controlar el Nuevo Mundo. Eso mismo pensaron los indios. Al ver que los recién llegados no enfermaban, tomaron su mal como un castigo del dios de los invasores, al que creían haber enojado con sus idolatrías profanas.

Su sistema de creencias se vio desbaratado: los aborígenes perdieron la fe en sus dioses, incapaces de protegerlos de los guerreros invisibles.

La forma de vida también se alteró. La mayoría de los nativos se hallaba demasiado débiles para cultivar los campos y cuidar de sus hijos; otros tantos, destrozados por los catastróficos efectos de la enfermedad, se quitaban la vida.

La elevada mortandad también supuso un problema para los europeos. Necesitados de mano de obra, empezaron a traer esclavos de África. Una medida que empeoró aún más la situación, pues muchos cautivos eran portadores de nuevos virus.

Se desconoce la población exacta previa al descubrimiento de América, y las estimaciones oscilan enormemente entre 13,5 y 90 millones. Sea como sea, a finales del siglo XIX apenas quedaba medio millón de nativos.

Virus como los de la gripe, el sarampión y la viruela fueron letales y provocaron el que, según muchos historiadores, es el mayor genocidio de la historia de la humanidad.

Indefensión

La brutal mortandad de los amerindios sorprendía a los europeos. Niños y adultos eran pasto de enfermedades que en Occidente apenas suponían entre un 10 y un 15% de las muertes. ¿Por qué los americanos carecían de inmunidad ante los gérmenes importados? Durante décadas, científicos, antropólogos e historiadores buscaron las razones de aquella indefensión. Finalmente acordaron señalar la ausencia de animales domésticos como la principal causa.

En lo que hoy es Europa se domesticaron animales salvajes. Los cerdos, vacas, gallinas, ovejas y caballos con los que vivían pronto les transmitieron enfermedades. Sabemos, por ejemplo, que la viruela, el sarampión y la difteria se originan en el ganado, mientras que la gripe procede de los cerdos y las gallinas.

William McNeil, historiador y profesor emérito de la Universidad de Chicago, explica que aquellos virus sumamente potentes atacaron por igual a jóvenes y adultos totalmente indefensos y eliminaron a los más débiles.

Quienes lograron sobrevivir desarrollaron resistencia a los virus. Poco a poco, enfermedades que antes habían sido letales pasaron a ser propias de la infancia; aunque, en ocasiones, se produjeron pandemias de magnitudes brutales, como la de la peste negra en el siglo XIV.

Por el contrario, en el Nuevo Mundo, donde pocas enfermedades nativas (como la triquinosis y la sífilis) representaban una amenaza para los europeos, apenas había animales domesticados. Para encontrar una explicación a ello hay que remontarse a algún momento de la Edad del Hielo, cuando se llevó a cabo el proceso de población de América.

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